Los toros dan y quitan

EL TORERO GITANO MUERTO EN SEYÉ, YUCATÁN, MÉXICO EN 1928

EL  TORERO GITANO  MUERTO EN SEYÉ, YUCATÁN, MÉXICO EN 1928

Solo para efectos ilustrativos
Seyé Yucatán, México (atrás la Iglesia de San Bartolomeo)
Cortesía de Zopiman

El domingo 20 de noviembre de 2011, don Julio Amer, del medio informativo mexicano SIPSE.COM publicó desde Mérida Yucatán una historia de terror acerca de "El vampiro torero de Seyé" donde cita que el hallazgo del cuerpo incorruptible de un gitano de origen ibérico provocó una histeria de pavor colectivo, para luego agregar la siguiente historia:

Siguiendo con los temas de misterio y terror que en estas épocas se ponen de moda, sería interesante hacer un viaje retrospectivo al Yucatán de principios y mediados del siglo pasado, cuando los cuentos de fantasmas y leyendas de espantos abundaban en boca de nuestros abuelos. Sin embargo, lo que a continuación narraremos no son cuentos, sino auténticas verdades con su parte de leyenda, esa leyenda que enriquece cualquier hecho histórico o anecdótico y que se va incrementando con el transcurso del tiempo al pasar de boca en boca o de oído en oído. Los misteriosos y aterradores hechos de los que en este trabajo nos ocuparemos causaron gran revuelo y pánico en sus tiempos. Se trata de tres casos de vampirismo, esto es, de seres humanos succionadores de sangre de sus semejantes. Así, nos remontaremos al año de 1928, cuando aún en las poblaciones del interior del Estado el fluido eléctrico era prácticamente desconocido y por las noches la gente se alumbraba con bombillos, quinqués y velas, por lo que la penumbra asentaba sus reales desde entrada la tarde y no quitaba su obscuro manto hasta el amanecer. En esa época en la que las haciendas henequeneras vivían su mayor esplendor llegó a Yucatán un circo húngaro y, según cuentan entre sus miembros se encontraba un joven español o portugués de nombre Luis Figueroa (o Figueiredo), de sangre gitana y espíritu aventurero. Y así, el cirquero ibérico, de unos veintitantos años de edad, sin embargo, abandonó pronto el espectáculo de carpa con el que llegó a nuestro país y prefirió, por su lado, buscar mejores horizontes y arriesgadas aventuras. Cuando se le preguntaba de su pasado, Luis era evasivo. Nunca decía dónde nació, ni que hubiera conocido a sus padres. Lo único que recordaba de su infancia era de que muy pequeño lo había adoptado una pareja de gitanos húngaros que trabajaba en un circo y cuyo espectáculo lo había llevado a conocer países entonces "remotos", como la propia Hungría, Rumania, Bulgaria y Grecia, desde donde el grupo de cirqueros se había embarcado para ir a España y luego a Portugal, donde Luis vivió la mayor parte de su juventud. Su apellido Figueroa o Figueiredo era ficticio, según decía, porque ni él mismo sabía sus orígenes. El joven europeo no parecía un iletrado, al contrario, era bastante culto e inclusive hablaba varios idiomas, como el español, el portugués y un dialecto gitano (tal vez el magyar). De mediana estatura, figura sumamente delgada, de rasgos filosos, nariz aguileña, tez tan pálida como el papel, cejas muy pobladas, ojos profundos con grandes y obscuras ojeras, así el españolito o portugués parecía todo, menos un atleta apto para realizar actos circenses. De tauromaquia, Figueroa o Figueiredo no sabía nada, pero su arrojo y, sobre todo, su hambre lo obligaron un día a presentarse ante un empresario taurino de pueblo, ofreciéndole sus "servicios" como torero. Su acento ibérico fue la "palanca" que lo ayudó para que fuera contratado como "mataor", a pesar que, como ya mencionamos, nunca había agarrado un capote. Pero las cornadas que da el hambre son más fuertes que las de un astado y así, el buen Luis se lanzó a los ruedos, y no lo hizo tan mal, ganándose los aplausos del respetable y saliendo en hombros de los improvisados ruedos pueblerinos, más que nada por su arrojo. En aquellos entonces, la fiesta brava de los pueblos estaba "en pañales" y cualquier improvisado podía impresionar a los "aficionados" poco conocedores del arte de Cúchares. De este modo, Luis Figueroa recorrió varias poblaciones del Estado "cosechando" triunfos en su nueva profesión. Se decía que se le vio toreando en Izamal, Espita, Muna, Tekax, Peto, etcétera. Un buen día fue contratado para actuar en la feria del pueblo de Seyé, y encantado Figueiredo aceptó la propuesta. Sin embargo, ese domingo Luis no correría con la misma suerte que le había acompañado en su incipiente carrera de diestro. Pero habrá que contarle al lector lo que ocurrió por la mañana de ese aciago día, horas antes del festejo taurino. Luisito paseaba por el parque de Seyé cuando de pronto su mirada se clavó en una joven lugareña, quien se dirigía a la iglesia a oír misa. El venido del Viejo Continente quedó prendado de esa beldad, a la que solamente alcanzó a hacerle una reverencia, sin poder entablar plática alguna. Y tan fue así lo que esa muchacha le impresionó al torerito, que al saltar al ruedo por la tarde, el joven gitano no pudo concentrarse en su actuación. Su mente estaba en el limbo, soñando con esa belleza de mujer que pocas horas antes había conocido. Con la vista la buscó en los tendidos y grata fue su sorpresa cuando la reconoció entre el nutrido público seyense. Y tras ofrecerle a "su dama" el toro que en suerte enfrentaría, su primer enemigo, Luis se dispuso a lucirse ante la fémina que se había apoderado de su corazón. Sin embargo, el animal, un burel negro como la noche y con impresionante cornamenta, lo embistió casi saliendo de los corrales, provocándole una herida sangrante. El españolito fue levantado por los asistentes y llevado a la enfermería, donde se le atendió de una herida más aparatosa que grave. Se le curó pero se le recomendó reposar unos días en Seyé, algo que para el matador sonó a música celestial, pues podía quedarse un tiempo más en la población, lo que significaba poder ver de nuevo a su amada. Pero grande fue su decepción cuando al recuperarse del percance y poderse poner de pie, al rondar por la casa de la mujer de sus sueños, se enteró que ésta era galanteada por un mozalbete bien parecido originario de Mérida. Hay confusión en lo que ocurrió después. Unos cuentan que Figueiredo o Figueroa lanzó maldiciones, pronunciando unas raras palabras (tal vez en gitano) que más bien parecían diabólicas. Días después, contaban los viejos lugareños, Luis moría "de pena", otros dicen que de tétanos a causa de la herida que le provocó el astado; hubo quienes aseguraban que se suicidó ahorcándose en un árbol a las afueras del pueblo, en un camino cercano al cementerio, que conduce a la ahora abandonada hacienda "Santa María", que era propiedad en esos años de don Miguel González Campos y doña María González Betancourt, oriunda de Islas Canarias. Otros más, contaban que su deceso se debió a una tuberculosis que contrajo en la Madre Patria. Lo cierto es que al morir, Luis Figueroa no tenía pariente alguno que reclamara su endeble y flaco cuerpo, por lo que las autoridades del lugar, Seyé, dispusieron sepultarlo en una fosa común, vistiendo su traje de luces, espada y capote.

Pasaron los años, unos dicen que fueron cuatro o cinco, y los trabajadores del camposanto abrieron la tumba para sepultar otro cadáver, y grande fue su sorpresa al encontrarse con el cuerpo casi intacto del joven gitano, incluyendo sus vestimentas. Pero lo aterrador del caso fue que no solamente encontraron el cuerpo incorruptible, sino que el fallecido torero lucía unos largos y afilados caninos (colmillos), que sobresalían de sus labios rojos, y unas impresionantes uñas que más bien parecían garras. Todo el pueblo se arremolinó en la tumba del malogrado matador y enseguida los cuentos, conjeturas y leyendas empezaron a circular en la población. El más insistente de los rumores fue que Luis Figueroa o Figueiredo se había convertido en un vampiro y que por eso varios infantes seyenses padecían de anemia, pues se contaba que por las noches el vampiro-torero salía de su sepulcro para meterse a las casas y succionarles el líquido hemático a sus pequeñas víctimas cuando éstas dormían. Y el misterio aumentó aún más cuando se supo que la mujer que pretendía el gitano había fallecido también de una severa anemia. La tumba del supuesto "muerto viviente" fue vuelta a tapar y no se volvió a saber nada de ella... Tras pasar los años, el caso fue contado de generación en generación hasta nuestros días, aunque ya muchos ni se acuerdan y seguramente los que lo recuerdan le han agregado más pasajes de su propia inventiva. Esta pavorosa historia ha sido transmitida durante años por las mestizas que venían a trabajar como sirvientas en Mérida y sabían del caso debido a lo que les contaban sus antepasados. ¿Verdad... cuento... leyenda? No sabemos, pero pocos valientes se atreverían a buscar y volver a destapar la tumba del llamado "vampiro-torero de Seyé". (Continuará).

Podrán apreciar los recelosos lectores de esta historia, que la misma se desarrolla en Seyé Yucatán en 1928, sin embargo, hay otra muerte de un torero mexicano más reciente y documentada, acaecida en 1955, y que se incluye dentro de esta cronología de tragedias taurinas bajo el título de ROSENDO ÁLVAREZ (1933-1955), también muerto por cornada de toro pero en Tepakán Yucatán, y a quien también se le imputa el hecho, que al abrir su tumba, estaba incorrupto y convertido en vampiro. Por lo que habría de investigarse a detalle estas dos muertes para no levantarles un falso, o acaso para encontrar sus tumbas y exhumar sus restos y comprobar si se encuentran incorruptos y con señas de ser vampiros.